Revolución diferida: La Desconexión de Lula con los Ideales Revolucionarios de la Juventud  

Revolución diferida: La Desconexión de Lula con los Ideales Revolucionarios de la Juventud   

Por: Daniella Frota

"Directora de Mujeres de la Unión Estatal de Estudiantes de São Paulo y Militante de la Unión de la Juventud Socialista"

El nombramiento de Flávio Dino para el Supremo Tribunal Federal (STF) marcó un momento histórico, celebrado por el presidente Luiz Inácio Lula Da Silva. "Por primera vez en la historia de este país, nosotros conseguimos colocar en la Suprema Corte un ministro comunista, un compañero", declaró Lula. Sin embargo, esta celebración no enmascara la desconexión de su gobierno con los anhelos revolucionarios de la juventud.

Analizando los mandatos anteriores de Lula podemos observar un enfoque más conservador que radical. Durante su primer mandato, amplió el objetivo de superávit primario, demostrando un compromiso fiscal más estricto que el de su predecesor, Fernando Henrique. No se ha implementado ninguna medida de estatización o aumento significativo de impuestos sobre grandes fortunas. Hubo la ampliación de Bolsa Familia, que se trata de una política social, establecida también en el gobierno anterior bajo el nombre de Bolsa Escola, que busca un abordaje diferenciado para lidiar con la pobreza y la desigualdad social, buscando atender las necesidades de las familias más necesitadas, ofreciendo un apoyo financiero para garantizar el acceso a condiciones básicas de subsistencia. En los gobiernos del PT este programa recibió radicalmente más recursos, aún si el beneficio consume poco del presupuesto de la unión, no comparándose con otros subsidios.

En 2017, Lula, en sus caravanas por el país, reiteró la necesidad de aumentar el consumo de los pobres y proveer acceso a bienes y servicios. Sin embargo, estas declaraciones no se tradujeron en medidas radicales que muchos jóvenes esperaban. El partido de los trabajadores (PT) fue creado para transformar las capas trabajadoras en sujetos políticos activos, pero las acciones prácticas de Lula muchas veces no reflejan esa filosofía. La radicalización de la democracia esperada de su gobierno implica cambios sustantivos en las relaciones sociales, algo que aún no se ha realizado plenamente.

La prioridad del gobierno de Lula, como la erradicación del hambre, es loable y crucial, pero no atiende a la urgencia de cambios estructurales que exige la juventud. El hambre en Brasil es un reflejo de un modelo de desarrollo insostenible que puede y debe ser combatido radicalmente. Sin embargo, esta prioridad también sirve como un camino de menor resistencia, buscando obtener un amplio apoyo sin enfrentar directamente los intereses que están profundamente arraigados en la estructura social de la clase dominante.

La izquierda brasileña está dividida en cuanto al apoyo al gobierno actual. Una minoría defiende una oposición radical a Lula, argumentando que la victoria electoral estrecha y la permanencia del Bolsonaro exigen una postura más combativa. Para esos críticos, el gobierno Lula representa un gobierno burgués anómalo, que, a pesar de ser liderado por el PT, no desafía los pilares del capitalismo brasileño. La presencia de figuras como Geraldo Alckmin y Simone Tebet dentro del Gobierno refuerza esta percepción.

En los primeros seis meses del actual gobierno, el crecimiento económico superó las expectativas del mercado, La inflación se desaceleró, y el Bolsa Familia fue reformulado. Sin embargo, muchos de estos avances son transitorios y no representan un cambio estructural en las relaciones de poder. La burguesía está dividida, pero la oposición Bolsonaro sigue siendo fuerte, tanto institucionalmente como en las calles y en las redes sociales.

La juventud que hoy critica a Lula creció en un contexto diferente. No vivieron la represión de la dictadura, la hiperinflación de los años 80, o el estancamiento de los 90. Y a pesar de que esa juventud es la que ocupa las facultades a través de los cambios y programas impuestos en los gobiernos petistas, nosotros queremos más, queremos empleos calificados, Servicios públicos de calidad, y un transporte público eficiente. También exigimos un mayor acceso al ocio y la cultura, e instituciones políticas más transparentes y limpias. Esas demandas legítimas reflejan un deseo por una transformación que vaya más allá de lo que Lula ha ofrecido.

La democracia no es un pacto de silencio, sino un proceso dinámico de negociación y establecimiento de prioridades. Somos la juventud que quiere participar activamente en este proceso, no sólo votando cada cuatro años, sino influenciando las políticas públicas cotidianamente.

Para derrotar a la extrema derecha y construir un Brasil soberano y justo, el gobierno Lula necesita trascender su actual enfoque moderado y abrazar una agenda más radical. Esto incluye no solo políticas económicas más audaces, sino también un esfuerzo concertado para elevar la conciencia política e ideológica de la población. Sin una lucha política e ideológica vigorosa contra el neofascismo y a favor de los valores de igualdad y solidaridad, las conquistas del Gobierno serán insuficientes para satisfacer los anhelos revolucionarios de la juventud.

Para que la juventud contribuya al avance del país hacia la construcción de una nación verdaderamente soberana y justa, es crucial que el gobierno actual adopte políticas que atiendan directamente a las demandas emergentes de la nueva generación. La juventud brasileña, que creció en un ambiente de mayor acceso a la educación y tecnología, es cada vez más consciente y exigente en relación a los derechos sociales, políticos y económicos.

Queremos más que promesas y programas paliativos, buscamos la transformación estructural que garantice la igualdad de oportunidades y una distribución de riqueza más equitativa. Esto significa una reforma profunda en el sistema educativo que no sólo amplíe el acceso, sino que también asegure la calidad y la relevancia de la enseñanza, para que se formen ciudadanos críticos y conscientes de su papel en la sociedad. Esto demanda más inversiones en infraestructura y tecnología que permitan a todos los jóvenes, independientemente de su origen socioeconómico, tener acceso necesario para una educación de calidad.

Además, clamamos por políticas ambientales que garanticen la sostenibilidad y preserven los recursos naturales de Brasil para las futuras generaciones. La crisis climática es una preocupación central, y existe una fuerte expectativa de que el gobierno tome medidas valientes para reducir las emisiones de carbono, proteger los bosques e invertir en energías renovables. La juventud ve en la agenda ambiental no sólo una cuestión de supervivencia, sino también una oportunidad para crear nuevos empleos y desarrollar tecnologías verdes que puedan colocar a Brasil en la vanguardia de la innovación global.

En resumen, anhelamos la justicia social y la igualdad de oportunidades. Eso significa enfrentar de forma decisiva el racismo, el sexismo, la homofobia y otras formas de discriminación que persisten en la Sociedad Brasileña. Las Políticas afirmativas, la protección de los derechos humanos y una cultura de respeto a la diversidad son esenciales para construir una sociedad más justa y equitativa.

Para atender a esos anhelos, el gobierno Lula necesita conectarse profundamente con la juventud, escuchando sus demandas e incorporando sus ideas en las políticas públicas. El desafío es grande, pero la recompensa será un Brasil más fuerte, justo y preparado para enfrentar los desafíos del futuro. Sin un compromiso firme con estos principios, los logros económicos y sociales corren el riesgo de ser solo paliativos temporales, incapaces de proporcionar la transformación duradera que el país tanto necesita.

Referencias